EN UN LIENZO EN BLANCO EN EL CORAZÓN DE LAS MONTAÑAS LOFOTEN (II)

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El placer es intenso hasta el último giro. Al pie del pasillo, al otro lado del valle, podemos ver la línea a la que llegaremos al día siguiente. Pero primero, tenemos que cruzar un nuevo paso para llegar al corredor que nos llevará al fiordo Trollfjord. Ahí es donde Eivind nos espera con su barco. Volvemos a poner las pieles de foca y empezamos una nueva subida. Un pie delante del otro. Todo parece favorable a nuestro progreso, pero cuanto más avanzamos, menos margen de maniobra tenemos. La única salida posible es a través de la parte superior.

A medida que salimos a las montañas, asimilo la lógica de esta progresión y aprendo a aceptarla. Esta vez, un pequeño rappel de unos diez metros nos permite, con los esquís sobre nuestras espaldas, evitar una monstruosa cornisa lista para ceder. Encontramos la salida y nos las arreglamos para volver a bajar. La magia está funcionando de nuevo. El corredor está en condiciones, el último peligro del día ha quedado atrás…… tras haber disfrutado de una bajada magnifica pero aun quedaba un último esfuerzo para cruzar un lago congelado sin fin y luego aparece el fiordo.

A pocos metros de la orilla, un viejo barco de madera salpica a su alrededor. A bordo, su desgreñado capitán, cerveza en mano, nos envía un saludo amistoso. Ha sido un día muy largo. Fríos, cansados y sin saber realmente donde vamos, nos embarcamos. Llegábamos tres horas tarde, así que Eivind tuvo tiempo de prepararnos una sopa de pescado. Cómo poco la mejor de mi vida.

En su suéter de lana con dibujo de malla demasiado ancha, Eivind es un digno descendiente de los vikingos. Este coloso barbudo es un fanático del esquí. Se enamoró de los Lofoten hace quince años y fue uno de los primeros freeriders en explorar las islas. Originario de Stavanger, decidió establecerse en la zona con su esposa y su hija Nuur. Durante el invierno, viaja por los fiordos con su vieja barco en busca de líneas perfectas. Luego, cuando vuelve el sol, regresa a Stavanger y se une a su fábrica de chocolate donde fabrica y vende confitería de lujo.

La inmersión es total. Pasamos la noche en su casa, acunados por el crujido y el calor de la estufa de leña. A la mañana siguiente, después de algunas risas compartidas con la pequeña Nuur, es hora de volver a zarpar para el resto del viaje. Lionel y Miguel exploran las montañas circundantes con binoculares para decidir la ruta y elegir un embarcadero. Pusimos el pequeño anexo en el agua y dejamos a Eivind atrás. Hoy se organiza en el pueblo una gran fiesta por el segundo cumpleaños de Nuur, pero si tuviéramos que volver, prometió que volvería por nosotros….

Las piernas están pesadas, la puesta en marcha es dolorosa. Esta vez las palabras intercambiadas son raras, cada uno intenta poner el máximo de su parte. El buen tiempo del día anterior da paso a las nubes. Soy el único que está contento, las luces reflejadas en los fiordos son una locura!

Las dudas de la mañana se confirman después de unas horas de ascenso. En la curva de una curva final, lo que esperábamos que fuera un corredor de acceso a la codiciada cara resulta ser un gran circo cerrado con paredes empinadas. Lionel habla poco, avanza y destila las directivas en manadas. De esta manera, probablemente evita discusiones innecesarias sobre el posible resultado, que parece bastante incierto en este momento.

Saber cómo rendirse es parte de esta práctica de esquí de montaña. La duda está surgiendo, pero hasta ahora, el riesgo está bajo control, la jubilación sigue siendo posible…… Así que avanzamos en este circo donde el blanco distorsiona las distancias. Poco a poco, las paredes parecen ser cada vez más acogedoras. Así que continuamos. Hasta ahora todo bien.

Nos quitamos los esquís para ponernos los crampones. Un ascenso largo, interminable y agotador. Aquí estamos en la cima. El viento se levanta y hace imposible tener una conversación. Unos metros más de ascensión y llegamos a la cara, la que nos llevará de vuelta a las orillas del fiordo dejado el día anterior. Pero el viento nos deja sin sentido y ahoga la visibilidad. Una vez más, Lionel se fue al frente, a pie, y desapareció unos metros más abajo, tragado por la niebla. La línea está ahí, bajo nuestros pies, pero es imposible esquiar. Unos minutos más tarde, el walkie-talkie suena: “Una gran placa está por encima vuestro; poneros los esquíes, pero bajar uno a uno con mucha distancia y ¡tener cuidado! »

Miguel va primero marcando su traza, derrapando sin esquiar para presionar al mínimo la placa. Bajamos uno por uno, dejando distancia. Llego al plano y me uno al resto del grupo y de pronto capto las miradas… y entonces el ruido. Blass y Adrian, que eran los dos últimos en bajar, acaban de irse con la placa de nieve a mi lado. El tiempo se congela, tratamos de no perder de vista a los esquiadores. El flujo se detiene, la calma regresa. Blass y Adrian están aturdidos pero fuera de peligro. Entramos en razón, intentamos reírnos, pero tenemos que irnos. Esta vez la suerte ha cambiado, tenemos que volver a bajar lo antes posible. El resto es caótico, la cara ha sido devastada por las ráfagas. Llegamos al bosque sin incidentes pero con las piernas cortadas, guiados por la voz de Lionel, quien abre cada porción y frena las trampas.

Esta noche, la cerveza compartida en el lodge tendrá otro sabor, pero mañana hará buen tiempo. Volveremos a esquiar.

Escritor: Raphaël Fourau
Revista: Les Others