LOFOTEN SUMMER

Padezco de un mal que no deja de aumentar, se podría llamar La Llamada del Norte. Se trata de una obsesión, una llamada magnética que orienta todos mis viajes en la misma dirección: el Norte. Descubrir las Islas Lofoten en esquí no ha hecho más que empeorar mi estado.

Conoces esa sensación de desgarro entre el deseo de descubrir nuevos horizontes, y la feroz voluntad de regresar a un lugar que ha marcado tu vida ? Entonces, padeces del mismo mal que yo…

El café se calienta mientras las montañas emergen lentamente entre las nubes. Da igual la estación del año, el despertar en el puerto de Henningsvær es siempre igual de increíble.
Cómo hacemos habitualmente, establecemos el plan de ataque durante nuestra segunda taza de café. Se trata de un viejo ritual vikingo.

Los Vikingos, una evocación muy apropiada porque mi segundo viaje por estas islas tan cautivadoras gira en torno a la navegación. El final del verano se acerca, pero los valles verdes y los días interminables reinan todavía sobre las Lofoten. Los esquís se quedan en el armario; estamos aquí para preparar la temporada de invierno.

El ejercicio de hoy es delicado: consiste en colocar las boyas para los amarres invernales. Pål nos servirá de guía para realizar la maniobra del día. Nuestra cita es en el puerto de Svolvaer, a unos cuantas millas de distancia del lodge.

Decididos a respetar el tema del día, optamos por dejar el coche en el parking y tomar prestada la barca de pesca del vecino para llegar a nuestro punto de encuentro. Como buenos mediterráneos, la fuerte marejada anunciada no nos inquieta más que encontrarnos con nieve costra mala.

Por supuesto, Thor no se apiada de sureños presuntuosos, y la mar agitada del puerto rápidamente se transforma en huecos de dos metros desde el momento en que dejamos la costa. Tras algunos ataques de risa nerviosos y unos cuantos saltos de ola nada controlados, nos ponemos los chalecos salvavidas y bordeamos dócilmente la costa hasta la entrada del puerto de Svolvaer.

Pål nos espera en su barco al otro lado del pontón, cargado con mas de diez anclas, boyas de plástico y otras cuerdas de nailon. Abandonamos el aluminio con olor a bacalao por una cabina reconfortante.
Parece que la mar se está calmando, identificamos los puntos GPS en el monitor de navegación y zarpamos rumbo al primero de ellos.

Antes de seguir, creo que es preciso hacer una descripción geológica del lugar: el archipiélago de las Lofoten lo constituyen un sinfín de islas más o menos espaciadas, más o menos altas, más o menos abruptas, más o menos pobladas, más o menos esquiables… más o menos accesibles mediante la red de carreteras.

E igual cantidad de cumbres, corredores, laderas, itinerarios de travesía o de escalada inmersos en una inmensa bañera. Como podrás imaginar, una gran parte de este fabuloso terreno de juego solo es accesible por agua.

Tras varios inviernos mirando con deseo algunas caras intactas sin poder acceder a ellas, el barco se ha convertido en el medio de locomoción evidente. El sésamo que nos abre las puertas de las islas Lofoten.

De ahí nuestra misión de hoy. El acceso a estos spots protegidos e inéditos, además de un medio de transporte marítimo requiere una logística experimentada, para no perder mucho tiempo en las maniobras de atraque.

Porque si bien los spots más esenciales son accesibles desde un muelle o un pontón de acceso fácil, existen otros más salvajes que requieren un poco más de destreza para dejarse domar. Aquí es donde entran en escena las ancestrales técnicas vikingas que nuestro querido guía Vikingo nos enseña.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No pretendo impartir una clase magistral de navegación marítima en aguas frías, pero en pocas palabras, la técnica consiste en lanzar un ancla a unos cuantos metros del embarcadero elegido para conectarnos con la costa mediante una cuerda, y de este modo lograr un sistema de va y viene. Fácil… sí, pero solo en teoría, porque ni os quiero contar los inconvenientes del calado, de los vientos dominantes y del ángulo de amarre.

Paso los primeros veinte minutos de navegación pegado al cristal. Descubrir las Lofoten desde el mar es hipnótico. Al alzar la mirada, el macizo de Geitgallien se erige ante nosotros. Poco a poco reconozco las caras que esquiamos el año pasado, intuyo los corredores y las aristas que recorrimos en esquí. El paisaje es suntuoso aunque irreconocible. Las grandes palas nevadas aparecen ahora cubiertas por una vegetación exuberante, por bosques densos y poblados. Lionel también descubre este espectáculo estival por primera vez y nuestra reacción es la misma: la acumulación de nieve debe ser asombrosa para llegar a cubrir semejante cantidad de vegetación.

Pål nos arranca de nuestros sueños de esquiadores fanáticos y en un inglés inflexible nos dirige como un capitán de drakar. Nosotros nos ponemos manos a la obra sin rechistar…por suerte no se nos da muy mal el manejo de la cuerda y él lanzar el ancla.

Estamos a punto de caer al agua fría en mas de una ocasión por dejar los pies entre las cuerdas. El bravo Vikingo está desconcertado con nuestros frecuentes ataques de risa, pero enseguida empezamos a entender el mecanismo y montamos una boya tras otra.

Laupstad, Digermullen, couloir sur del Geitgallien… estamos preparados, solo falta esperar que la nieve vuelva a cubrir los valles.

Lofoten Verano

Cerveza en mano, aprovechamos las últimas horas del día para inspeccionar la costa en busca de un nuevo spot. De pronto, el barco cambia de orilla y se desliza entre los islotes. A lo lejos, aparecen un pontón y unas casas rojas no identificados en el GPS. Un paisaje surrealista en un archipiélago casi secreto donde los pescadores locales han elegido establecer su domicilio. Las casas se amontonan a lo largo de este acceso marítimo a resguardo del viento. Cruzamos el lugar a velocidad reducida en un agua transparente. Ni un solo ruido, solo los últimos destellos del día que mecen las montañas a lo lejos la magia de las Lofoten.

Dudo mucho que este viaje sane mi mal del Norte. Nada más subir al avión, las montañas de las islas Lofoten me vuelven a cautivar. Qué ganas de invierno, de esquí… nuestras boyas nos esperan.